Según Wikipedia "El hombre que calculaba" es una novela escrita por el profesor de matemáticas brasileño Julio Cesar de Mello o Souza bajo el seudónimo oriental de Malba Tahan.
Esta obra puede ser considerada al mismo tiempo como una novela y como un libro de
problemas y curiosidades matemáticas. El propio autor reconoció que uno de sus objetivos al escribirlo fue el de contribuir a popularizar la matemática, presentándola para ello, no ya de forma abstracta, o en contextos meramente simbólicos, sino integradas a los acontecimientos y atravesadas por muchos otros aspectos, como cuestiones morales y de historia.
Una particularidad en la composición estética de esta obra es que el narrador
toma parte en la historia que el mismo narra, pero no es el personaje principal. A lo largo de la narración se muestra con frecuencia la devoción de los personajes a la religión musulmana. Sin embargo, las reflexiones místicas son expuestas como elemento discursivo dentro de la construcción de los personajes y del mundo árabe que se recrea en esta ficción.
El profesor De Mello era crítico de los métodos de enseñanza brasileños,
especialmente aquellos utilizados en la instrucción matemática. Solía decir "El profesor de matemáticas es un sádico, que ama hacer todo tan complicado como sea posible". En educación, él estaba muchas décadas más avanzado que los educadores de su propio tiempo, por lo que a pesar del paso de los años, sus propuestas siguen estando vigentes y siempre son causa de admiración, aunque parece ser que no se han llevado mucho a la práctica. De cualquier forma, el señor Julio César de Mello y Souza recibió muchos galardones, entre los cuales figura, el prestigioso premio de la Academia de Letras del Brasil.
Para que el lector se forme una idea de lo interesantede este libro, transcribimos
textualmente el tercer capítulo donde se presenta la historia de la herencia de los 35 camellos y la forma tan ingeniosa como fue resuelto el problema por Beremís Zamir, el nombre del "hombre que calculaba" en presencia de Malba Tahan que lo acompañaba en una correría por tierras orientales:
CAPÍTULO 3
Singular aventura acerca de 35 camellos que debían ser repartidos
entre tres árabes . Beremís Samir efectúa una división que parecía imposible, conformando plenamente a los tres querellantes. La ganancia inesperada que obtuvimos con la transacción.
acía pocas horas que viajábamos sin interrupción, cuando
nos ocurrió una aventura digna de ser referida, en la cual mi compañero Beremís puso en práctica, con gran talento, sus habilidades de eximio algebrista.
Encontramos, cerca de una antigua posada medio abandonada,
tres hombres que discutían acaloradamente al lado de un lote de camellos.
Furiosos se gritaban improperios y deseaban plagas:
- ¡No puede ser!
- ¡Esto es un robo!
- ¡No acepto!
El inteligente Beremís trató de informarse de que se trataba.
- Somos hermanos –dijo el más viejo- y recibimos, como herencia,
esos 35 camellos. Según la expresa voluntad de nuestro padre, debo yo recibir la mitad, mi hermano Hamed Namir una tercera parte, y Harim, el más joven, una novena parte. No sabemos sin embargo, como dividir de esa manera 35 camellos, y a cada división que uno propone protestan los otros dos, pues la mitad de 35 es 17 y medio. ¿Cómo hallar la tercera parte y la novena parte de 35, si tampoco son exactas las divisiones? Es muy simple –respondió el “Hombre que calculaba”-. Me encargaré de hacer con justicia esa división si me permitís que junte a los 35 camellos de la herencia, este hermoso animal que hasta aquí nos trajo en buena hora.
Traté en ese momento de intervenir en la conversación:
- ¡No puedo consentir semejante locura! ¿Cómo podríamos
dar término a nuestro viaje si nos quedáramos sin nuestro camello?
- No te preocupes del resultado “bagdalí” –replicó en voz baja Beremís-
. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Dame tu camello y verás, al fin, a que conclusión quiero llegar.
Fue tal la fe y la seguridad con que me habló, que no dudé más
y le entregué mi hermoso “jamal”[1], que inmediatamente juntó con los 35 camellos que allí estaban para ser repartidos entre los tres herederos. - Voy, amigos míos –dijo dirigiéndose a los tres hermanos- a hacer una división exacta de los camellos, que ahora son 36. Y volviéndose al más viejo de los hermanos, así le habló:
- Debías recibir, amigo mío, la mitad de 35, o sea 17 y medio.
Recibirás en cambio la mitad de 36, o sea, 18. Nada tienes que reclamar, pues es bien claro que sales ganando con esta división. Dirigiéndose al segundo heredero continuó:
- Tú, Hamed Namir, debías recibir un tercio de 35, o sea, 11 camellos
y pico. Vas a recibir un tercio de 36, o sea 12. No podrás protestar, porque también es evidente que ganas en el cambio. Y dijo, por fin, al más joven:
- A ti, joven Harim Namir, que según voluntad de tu padre debías recibir
una novena parte de 35, o sea, 3 camellos y parte de otro, te daré una novena parte de 36, es decir, 4, y tu ganancia será también evidente, por lo cual sólo te resta agradecerme el resultado. Luego continuó diciendo:
- Por esta ventajosa división que ha favorecido a todos vosotros,
tocarán 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado (18 + 12 + 4) de 34 camellos. De los 36 camellos sobran, por lo tanto, dos. Uno pertenece, como saben, a mi amigo el “bagdalí” y el otro me toca a mí, por derecho, y por haber resuelto a satisfacción de todos, el difícil problema de la herencia[2]. - ¡Sois inteligente, extranjero! –exclamó el más viejo de los tres hermanos-. Aceptamos vuestro reparto en la seguridad de que fue hecho con justicia y equidad. El astuto Beremís –el “Hombre que calculaba”- tomó luego posesión de uno de los más hermosos “jamales” del grupo y me dijo, entregándome por la rienda el animal que me pertenecía: - Podrás ahora, amigo, continuar tu viaje en tu manso y seguro camello. Tengo ahora yo, uno solamente para mí. Y continuamos nuestra jornada hacia Bagdad. Notas:
[2] Este curioso resultado proviene de ser la suma
1/2 + 1/3 + 1/9 = 17/18
menor que la unidad.
De modo que el reparto de los 35 camellos entre los tres herederos no se habría hecho por completo; hubiera sobrado 1/18 de 35 camellos.
Habiendo aumentado el dividendo a 36, el sobrante resultó entonces
1/18 de 36, o sea los dos camellos referidos en el reparto hecho por el “Hombre que calculaba”. |
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